Un Corazón: El Mensaje de Shavuot

Un Corazón: El Mensaje de Shavuot

Por Rabino Simon Jacobson

Traducción y/o paráfrasis: drigs, CEJSPR

“En el tercer mes siguiente a la salida de los hijos de Israel de la tierra de Egipto; ese mismo día llegaron al desierto de Sinaí… Y allí acampó Israel frente a la montaña”. (Éxodo 19:1-2)

“En todos sus otros campamentos, el verso dice vayachanu (“y acamparon”, en plural); aquí dice vayichan (“y acampó”, en singular). Porque todos los demás campamentos estaban en discusión y disidencia, mientras que aquí acamparon como un solo ser humano, con un solo corazón”.  (Mechilta, Rashi)

Muchos pensadores argumentan que nuestra comprensión del universo ha evolucionado de una visión pluralista a una visión singular. Anteriormente en la historia, nuestra llamada perspectiva primitiva midió el universo con los sentidos desnudos, lo que resultó en la percepción de que el mundo estaba compuesto de muchas partes diferentes, gobernadas por diversas fuerzas.

Hoy, sin embargo, hemos desarrollado una apreciación mucho más sofisticada del universo como un todo unificado. La multitud de sistemas y organismos son parte de una sola entidad y las innumerables personalidades de la naturaleza caen bajo varias leyes unificadoras que gobiernan toda la existencia. Y la búsqueda de la única “teoría del campo unificado”, que explicará todos los fenómenos, sigue siendo el logro científico definitivo.

¿Cuándo exactamente cambió esta percepción? ¿Cuándo comenzó la humanidad a ver, experimentar, el universo como una entidad unificada, en lugar de un compuesto de miríadas de piezas?

Según la Torá, sucedió hoy hace más de 3300 años, cuando la nación de Israel acampó frente al monte Sinaí.

¿Qué poder tenía el Sinaí que unió al pueblo cuando “acamparon frente a la montaña”?

El Midrash explica que en el Sinaí tuvo lugar una experiencia sin precedentes que cambiaría el curso de toda la historia. Hasta ese punto lo que estaba “arriba” no descendía “abajo” y lo que estaba “abajo” no subía “arriba”. Lo espiritual y lo sublime se divorció de lo material y lo mundano. Espíritu y materia eran dos fuerzas que no podían unirse. Obviamente, incluso antes del Sinaí, la materia y la energía eran esencialmente una (E=MC2 fue descubierto, no creado por Einstein), pero los seres humanos no pudimos integrarlos.

Sinaí cambió todo eso. Unió el cielo y la tierra, integrando lo sublime y lo mundano, uniendo lo majestuoso y lo llano.

En una palabra: Fusión. Sinaí logró una fusión total de materia y espíritu. Le dio poder a la humanidad para renovar la naturaleza misma de la existencia; para transformar lo material en combustible espiritual. Ahora podemos tomar un objeto físico inanimado y convertirlo en energía sublime; para dar vida a cada fibra de nuestro ser y cada aspecto de nuestra existencia. Tomar lo que habría sido una experiencia ordinaria y convertirla en extraordinaria. En lugar de un momento fugaz, una vida transitoria puede volverse eterna, lo temporal puede volverse permanente y lo mortal, inmortal.

Esta fusión sin precedentes no solo cambió el panorama global, sino que, y quizás aún más importante, transformó nuestra experiencia personal.

El ser humano es un universo en microcosmos. Nosotros también estamos compuestos por dos fuerzas: nuestros cuerpos y nuestras almas. Cada uno de nosotros tiene una voz “biológica” de supervivencia, que descansa junto a una voz trascendental que busca alivio. ¿Podemos integrar estas dos fuerzas? ¿O estamos condenados, en el mejor de los casos, a una vida compartimentada: la mayor parte del tiempo involucrados en la lucha por la supervivencia, también conocida como nuestras necesidades físicas, mientras intentamos crear momentos (o fines de semana) para actividades trascendentales, que toman muchas formas, algunas sanas, otras no tanto: Romance, música, arte, viajes, espiritualidad y fe. La sed trascendental a veces se apaga a través de “aguas” autodestructivas, varias obsesiones o adicciones (físicas o psicológicas), cualquier cosa para “salir de este lugar” de la rutina monótona.

Sinaí introdujo en nuestras vidas una nueva forma de ser: No tienes que segmentar tu vida en dos (o más) partes. Tienes el poder de espiritualizar lo material y fusionar tu cuerpo con tu alma.

Haces esto convirtiendo tu cuerpo y tus actividades físicas en vehículos para expresar y cumplir la misión de tu alma. En lugar de controlar y dirigir tu vida espiritual, tu vida material sigue los deseos de tu alma. El conductor dirige el vehículo, no al revés.

Las implicaciones psicológicas de la fusión personal entre la supervivencia y lo trascendental son tan transformadoras como asombrosas. Sinaí afirma inequívocamente que no tienes que resignarte a una vida de dualidad. Esto no significa que no haya lucha. Nuestra percepción sigue siendo de pluralidad, aferrándonos con su poderosa garra. Y, como todos sabemos muy bien: la batalla es feroz.

Es por eso, que nos cubrimos los ojos cuando decimos el Shema (la más fundamental de todas las declaraciones de fe): cuando declaramos “Adonai Ejad” – que Di-s es uno, lo que significa que solo hay UNA realidad – nos cubrimos los ojos desnudos que nos engañan haciéndonos percibir un universo pluralista.

Todos los momentos de la verdad se experimentan mejor con los ojos cerrados; al cerrar los estímulos externos de nuestros sentidos externos, podemos experimentar la sensualidad palpitante de nuestros sentidos internos.

Y la forma en que nos percibimos a nosotros mismos afecta la forma en que percibimos a los demás y la forma cómo entendemos el universo en general. De hecho, no es solo una cuestión de percepción. La forma en que nos percibimos a nosotros mismos afecta a los demás y al mundo que nos rodea. Los estudiantes del Principio de Incertidumbre de Heisenberg están familiarizados con el hecho científicamente probado de que, a nivel subatómico, el “observador” de los fenómenos no es un mero “observador”, sino que en realidad impacta al “objeto” que está observando.

Por extraño que suene (es decir, extraño para nuestras facultades limitadas), esto ha sido probado una y otra vez en laboratorios de todo el mundo.

Cuando lo piensas, en realidad tiene más sentido que todos los aspectos del universo, y nuestras vidas, estén conectados en lugar de desconectados. Pero esta es otra demostración más de cómo nuestros sentidos externos nos mantienen como rehenes en su visión obstinada y miope de un universo fragmentado y nuestras vidas como una serie de experiencias aleatorias e inconexas.

Cierra los ojos, escucha una melodía suave y te sentirás (al menos por el momento) como uno contigo mismo, uno con los demás, uno con el universo, perfecto y completo.

Cuando el pueblo llegó al Sinaí, de repente fueron cautivados por una nueva “música” que los rodeaba. Todas sus diferencias, todos sus desacuerdos se disolvieron en el momento impresionante. Se convirtieron en “un solo ser humano, con un solo corazón”.

A medida que nos acercamos al Sinaí HOY, nos preparamos para nuestra propia cita con el destino. En Shavuot, lee o escucha la lectura de los Diez Mandamientos. Reúna a su familia, incluso a los niños recién nacidos, y recree la experiencia del Sinaí. Cierra tus ojos. Visualiza el cielo encontrándose con la tierra y déjate absorber por la simetría. Ayuda a tus hijos a revivir la experiencia.

Imagina hilos invisibles que te conectan a ti y a tu familia con todas las demás personas; todas las diminutas fibras en una matriz de tapiz entretejida de todas las células y átomos del universo. Deja ir el mundo tal como lo conoces y déjate cautivar por el fusionismo del Sinaí.

Cuando abras los ojos pregúntate:

¿Quién estará en el asiento del conductor: tu cuerpo y sus necesidades, o tu alma?

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