Israel plagado, su destino y el llamado de nuestros profetas
Por Rabino Dr. Nathan Lopes Cardozo
A lo largo de los siglos, historiadores, filósofos y antropólogos han luchado con el concepto llamado “Israel”. Mientras intentaban colocar a Israel dentro de los límites de la historia convencional, experimentaron una constante frustración académica y filosófica. Cualquier definición sugerida finalmente se rompió debido a serias inconsistencias. ¿Era Israel una nación, una religión o tal vez una entidad misteriosa que siempre permanecería inexplicable? Algunos lo vieron menos como una nación y más como una religión; otros creían que lo cierto era lo contrario. Y hubo quienes afirmaron que no encajaba en ninguna de estas categorías.
De hecho, estaba claro para todos que Israel no se ajustaba a ningún marco específico. Israel resistió todos los conceptos y generalidades históricas; su singularidad frustró el deseo natural de la gente por una definición. La definición de una entidad requiere su clasificación y categorización: cualquier cosa que se oponga a la categorización es alarmante y terriblemente inquietante.
Esto se hizo más pronunciado después que la rebelión de Bar Kokhba fuera aplastada por el emperador romano Adriano y el general Julio Severo, quienes obligaron a los judíos a salir de su país. Fue entonces cuando el judío fue arrojado al abismo de las naciones del mundo y se enfrentó a una nueva condición, la inseguridad continua, la que continúa hasta el día de hoy. Si bien la humanidad siempre se ha enfrentado a momentos de incertidumbre, son los judíos a quienes se les ha negado incluso, la más mínima parte de la seguridad que otros poseen. Ya sea consciente de ello o no, los judíos siempre han vivido en un suelo que, en cualquier momento podría ceder bajo sus pies.
En 1948, Israel volvió a ser país. Sin embargo, muchos olvidaron que no era solo un país. Todas sus otras dimensiones, como la nacionalidad, la religión, el misterio, la inseguridad y la indefinición continuaron existiendo. Los judíos, el Pueblo de Israel, no se encuentran exclusivamente en el Estado de Israel; hoy, en vez de un “Israel” el mundo tiene dos. Sin embargo, se ha visto que el segundo, el nuevo Israel, responde a las demandas de la historia, la geografía y la política. Uno sabe dónde está Israel. Al menos, uno cree saber dónde está. Pero se vuelve cada vez más claro que este nuevo y definible Israel está ahora evidentemente en camino de convertirse en un enigma y una entidad tan misteriosa como siempre lo fue el “viejo” Israel. De hecho, esto ya ha ocurrido.
A lo largo de su corta historia, el Estado de Israel ha experimentado los eventos más desconcertantes que el hombre moderno jamás haya visto. Después de un exilio de casi dos mil años, durante el cual el Pueblo de Israel, el “viejo” Israel, pudo sobrevivir contra todo pronóstico histórico, los judíos regresaron a su patria. Allí se encontraron rodeados por una masiva población árabe que era, y es, incapaz de hacer las paces con la idea de que esta pequeña y misteriosa nación vive entre ellos. Después de haber sobrevivido a un Holocausto, en el que perecieron seis millones de sus hijos e hijas, a la nación judía no se le permitió vivir una vida tranquila en su pequeño pedazo de tierra.
Una vez más, a los judíos se les negó el derecho a sentirse como en casa en su propio país. Desde el principio, Israel se vio obligado a luchar contra sus enemigos en todos los frentes. Fue atacada y luego condenada por defender a su población y luchar por su propia existencia. A lo largo de los años, ha tenido que soportar la doble medida de la comunidad internacional. Hoy, como en el pasado, cuando Israel llama a la paz, se le condena por provocar la guerra. Cuando intenta, como ninguna otra nación, evitar dañar a los ciudadanos de los países y organizaciones que le declaran la guerra y la atacan, se acusa a Israel de ser más brutal que las naciones que cometieron, y continúan cometiendo atrocidades contra millones de personas
Simultáneamente, y contra toda lógica, esta nación construye su país como ninguna otra lo ha hecho, mientras lucha guerra tras guerra. Logros que a otras naciones les tomó cientos de años, logró en unos pocos. Mientras las bombas y los ataques terroristas socavan constantemente su tranquilidad y se hacen llamados a su destrucción total en muchas partes del mundo, Israel continúa experimentando un crecimiento demográfico, genera tecnología sin precedentes y crea una economía más fuerte y estable. Sin embargo, cuanto más éxito tiene, más frustrados y molestos se sienten sus enemigos, y más dudosa se vuelve la seguridad de la nación. Cuanto más aspiran algunas naciones a destruirlo, más se ve obligado el mundo a lidiar con este pequeño estado y su capacidad de supervivencia.
A estas alturas, la política y la diplomacia israelíes ocupan más espacio en los principales periódicos que cualquier otro asunto político o tema general, como si la cuestionable seguridad de Israel y su irritante población estuvieran en el centro de los acontecimientos mundiales. En estos días oscuros, cuando los judíos discrepan vehementemente entre sí y el país experimenta una división sin precedentes entre su población, los judíos israelíes deben preguntarse quiénes son realmente y qué significa realmente la mencionada “no clasificación” de nuestro Pueblo.
Sólo tenemos un camino para comprender el significado positivo de esta anomalía: el camino de la fe. Los judíos/as deben darse cuenta que es completamente imposible verse a sí mismos como una nación ordinaria. Es imposible encajar en las categorías de la historia estándar. Debemos entender que nuestra incapacidad para ajustarnos a cualquier marco es nuestra declaración viviente de la singularidad de Israel. La existencia misma de Israel es la manifestación de la intervención divina en la historia de la que Israel debe dar fe. En Israel, la historia y la revelación son una; sólo aquí coinciden. Mientras que otras naciones existen como naciones, el Pueblo de Israel existe como un recordatorio de la participación de Dios en la historia del mundo, aun cuando esto signifique que este pueblo deba pagar un alto precio.
Sólo a través de Israel la humanidad es tocada por lo divino.
Fue el famoso filósofo ruso Nikolai Berdyaev (1874-1948) quien lo dejó claro:
“Recuerdo cómo la interpretación materialista de la historia, cuando intenté en mi juventud verificarla aplicándola a los destinos de los pueblos, se vino abajo en el caso de los judíos, donde el destino parecía absolutamente inexplicable… Su supervivencia es una misteriosa y maravilloso fenómeno que demuestra que la vida de este pueblo está regida por una especial predeterminación, trascendiendo los procesos de adaptación expuestos por la interpretación materialista de la historia. La supervivencia de los judíos, su resistencia a la destrucción, su resistencia en condiciones absolutamente peculiares y el papel funesto que jugaron en la historia; todo esto apunta a los fundamentos particulares y misteriosos de su destino.” [1]
De hecho, ninguna otra nación ha trastornado el destino de la humanidad tan poderosamente como lo ha hecho esta nación. Dotó al mundo con la Biblia y produjo los más grandes profetas y hombres de espíritu. Sus ideas espirituales y leyes morales aún prevalecen entre los ciudadanos del mundo e influyen en civilizaciones enteras. Esta nación dio a luz a un hombre que es visto por millones como su Mesías, y esta nación también sentó las bases sobre las cuales se construyeron el cristianismo moderado, el Islam y gran parte de las enseñanzas morales seculares. La Nación de Israel ha otorgado dignidad y responsabilidad al ser humano y ha brindado a la humanidad una esperanza mesiánica para el futuro. A diferencia de cualquier otra, la nación judía ha otorgado al mundo entero su perspectiva y su vida interior.
El erudito estadounidense Thomas Cahill (1940-2022) lo expresó de la siguiente manera:
“Nosotros [los gentiles] difícilmente podemos levantarnos por la mañana o cruzar la calle sin ser judíos. Soñamos sueños judíos y esperamos esperanzas judías. La mayoría de nuestras mejores palabras, de hecho: nuevo, aventura, sorpresa; individuo único, persona, vocación; tiempo, historia, futuro; libertad, progreso, espíritu; fe, esperanza, justicia—son los dones de los judíos.” [2]
Todo esto prueba que los judíos tienen un destino y una misión muy diferente a la de cualquier otra nación. Somos un pueblo eterno con un mensaje atemporal, y nuestra historia es radicalmente diferente.
La realización de este hecho se ha convertido en el gran desafío del Israel moderno. Israel intenta repetidamente superar su inseguridad geográfica y política empleando políticas mundanas. Impulsado por su deseo de superar su vulnerabilidad, Israel oscila entre la geografía y la nación, apelando a su historia y cultura religiosa, pero incapaz de encontrar un lugar que pueda llamar su hábitat existencial.
Los líderes de Israel deben aceptar el hecho de que cualquier intento de “normalizar” el Estado de Israel amenaza su propia existencia. Debemos darnos cuenta que Israel no reclama la tierra; sólo hay uno judío. Sólo por la cadena ininterrumpida de generaciones se puede afirmar que esta siempre ha sido la patria judía, durante todo nuestro exilio, y que esta tierra nos ha sido arrebatada por la fuerza. Si rechazamos este hecho, nuestro reclamo sobre la tierra se basa en arenas movedizas. O volvemos a Tierra Santa, o no hay tierra adonde volver. Sin continuidad, no puede haber retorno. Ninguna nación puede vivir con una identidad nacional prestada.
Al leer los Nevi’im (los libros de nuestros profetas), vemos cómo los profetas hebreos advirtieron contra tales nociones falsas de seguridad. Predijeron que Israel perecería si insistía en existir sólo como estructura política. Puede sobrevivir, y esta es la paradoja de la realidad de Israel, solo mientras insista en su vocación de singularidad. Este asunto es de crucial importancia en nuestros días. Las graves diferencias de opinión que ahora se han apoderado de nuestro pueblo solo pueden resolverse cuando todas las partes se den cuenta que hay algo mucho más grande y elevado en la existencia de Israel que las cuestiones políticas y judiciales, por importantes que estas sean. Es la grandeza moral de nuestros profetas la que es capaz de superar todas nuestras diferencias, y es nuestra tarea escuchar el eterno mensaje de nuestros profetas.
Israel está llamado a recordar al mundo la existencia de Dios, no sólo en lo religioso sino también como realidad histórica. No hay seguridad para Israel a menos que esté seguro de su propio destino. Debemos cargar con la carga de nuestra propia singularidad, lo que significa nada menos que cumplir nuestro papel como testigos de Dios. Y debemos sacar fuerzas de este fenómeno, especialmente en tiempos como estos, cuando la existencia misma de Israel está nuevamente en juego. Las advertencias de que Israel puede estar al borde de la guerra civil y la amenaza constante desde el exterior no pueden tomarse a la ligera. Sólo cuando Israel reconozca su singularidad podrá, paradójicamente, disfrutar de seguridad e indudablemente salir victorioso.
NOTAS
[1] Nikolai Berdyaev, El significado de la historia (New Brunswick, NJ: Transaction Publishers, 2006), págs. 86-87.
[2] Thomas Cahill, Los regalos de los judíos (Nueva York: Talese/Anchor Books, 1998), p. 241
Traducción y/o paráfrasis: drigs, CEJSPR