La valentía para admitir nuestros errores

La valentía para admitir nuestros errores

Por Rabino Dr. Jonathan Sacks

Traducción: drigs, CEJSPR

En los tiempos de Mishkan y Beit HaMikdash, Yom Kippur era el día en que el hombre más santo de Israel, el Kohen Gadol, hacía teshuvá, primero por sus propios pecados, luego por los pecados de su “casa”, luego por los pecados de todo Israel. Desde el día en que el Templo fue destruido, no hemos tenido Sumo Sacerdote ni los ritos que realizó, pero aún tenemos el día de Yom Kippur, y la capacidad de confesar y suplicar perdón. Es mucho más fácil admitir tus pecados, fallas y errores cuando otras personas están haciendo lo mismo. Si un Sumo Sacerdote, o los otros miembros de nuestra congregación, pueden admitir pecados, nosotros también podemos.

El efecto de Yom Kippur, extendido a las oraciones de gran parte del resto del año a través de tajanun (oraciones adicionales), vidui (confesión) y selichot (oraciones de perdón), fue crear una cultura en la que las personas no son avergonzados al decir: “Me equivoqué, pequé, cometí errores”. Eso es lo que hacemos en la letanía de errores que enumeramos en Yom Kippur en dos listas alfabéticas, una que comienza con Ashamnu, Bagadnu, la otra que comienza con Al chet shejatanu.

La capacidad de admitir errores es cualquier cosa menos generalizada. Nuestro instinto es racionalizar. Justificamos. Negamos. Culpamos a los demás. Tenemos una capacidad, casi infinita, de interpretar los hechos para reivindicarnos.

Como dijeron los Sabios en el contexto de las leyes de la pureza, “Nadie puede ver sus propias imperfecciones, sus propias impurezas”. Somos nuestros mejores defensores en el tribunal de la autoestima. Raro es el individuo con la valentía de decir, como lo hizo el Kohen Gadol, o como lo hizo el Rey David después de que el profeta Natán lo confrontó con su culpa en relación con Urías y Batsheva, chatati, “He pecado”.

El judaísmo nos ayuda a admitir nuestros errores de tres maneras.

Primero está el conocimiento de que Dios perdona. Él no nos pide que nunca pequemos. Sabía de antemano que su don de libertad de elección a veces sería mal utilizado. Todo lo que Él nos pide es que reconozcamos nuestros errores, aprendamos de ellos, los confesemos y tomemos la decisión de no volver a cometerlos.

La segunda es la clara separación que realiza el judaísmo entre el pecador y el pecado. Podemos condenar un acto sin perder la fe en la persona que pecó.

En tercer lugar, el aura de Yom Kippur se extiende durante el resto del año. Ayuda a crear una cultura de honestidad en la que no nos avergonzamos de reconocer los errores que hemos cometido. Y a pesar de que, técnicamente, Yom Kippur se enfoca en los pecados entre nosotros y Dios, una simple lectura de las confesiones en Ashamnu y Al Chet nos muestra que, en realidad, la mayoría de los pecados que confesamos tienen que ver con nuestras relaciones interpersonales.

El primer judío en admitir que cometió un error fue Yehuda, quien había engañado a Tamar, su nuera, y luego al darse cuenta de su error, dijo: “Ella es más justa que yo” (Bereshit 38:26).

Seguramente es más que una coincidencia que el nombre Yehuda provenga de la misma raíz que vidui, “confesión”. En otras palabras, el mismo hecho de que seamos llamados judíos – Yehudim – significa que somos las personas que tenemos la valentía de admitir nuestros errores.

La autocrítica honesta es una de las marcas inconfundibles de la grandeza espiritual.

Preguntas a ponderar:

1. ¿Por qué es tan difícil admitir los errores?

2. ¿Cómo Yom Kippur genera una cultura donde esto se vuelve más fácil?

3. ¿Por qué es importante tener el coraje de admitir los errores?

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